DESCENDIMIENTO DE MANISES
Así describía el Cronista Oficial e Hijo Predilecto de Manises un Acto que ha sabido adaptarse a los tiempos. Año tras año, la tarde de Viernes Santo, tras los Oficios Litúrgicos y momentos antes de la Solemne Procesión del Santo Entierro, se realiza en la Iglesia Parroquial San Juan Bautista de Manises, el descendimiento de la imagen de Cristo Crucificado, en la advocación de Cristo del Salvador, tras haber escuchado el Sermón de la 7 Palabras.
ANTECEDENTES HISTORICOS
Este Acto, entre la liturgia y el teatro religioso medieval del Reino de Valencia es a partir del Concilio de Trento (1545-1563) cuando se potencia definitivamente la costumbre de representar esta escena de forma autónoma y sin estar enmarcada dentro de una dramatización general de la Pasión de Nuestro Señor, hecho que ocurre del mismo modo con lavatorios de pies, encuentros de imágenes, etc. La intención, fundamentalmente catequizadora, era la de mostrar de forma sencilla los hechos narrados en los Evangelios, para que el pueblo pudiera revivirlos, e incluso participar directamente en ellos, siempre con un lenguaje de gestos simbólicos. Al menos a este período corresponden las primeras ceremonias ya consolidadas de que tenemos constancia documental.. Con el convencimiento que su antigüedad en Manises se remonta varios siglos, encontramos los primeros datos escritos y fechados, en el siglo XIX, cuando el manisero Don Silvestre Arenes Bellver deja las rentas de una casa de su propiedad, sita en la calle del Angel nº 8, para sufragar los gastos que ocasionara el Acto del Descendimiento. Este Acto debió estar complementado con un texto cantado y con música que no ha llegado hasta nuestros días.
Realizado hasta mitad del siglo XX por los sacerdotes de la Parroquia San Juan Bautista, ha sido posteriormente realizado por diversas Asociaciones, Cofradías, Hermandades o grupos de feligreses, hasta que el 12 de febrero de 1996, reunida la Junta de Hermandades de la Semana Santa Manisera en el Patronato de Acción Social, se aprueba por unanimidad que los miembros de la Hermandad Virgen de la Soledad fueran los encargados de la preparación, realización y coste si lo hubiere del Acto del Descendimiento, como así vienen haciéndolo desde entonces, cumpliendo con lo acordado.
SERMÓN DE LAS 7 PALABRAS
Previo al desenclavo y descendimiento del crucificado, un sacerdote o religioso realiza un Sermón, basado en las últimas 7 palabras que Jesucristo dijo en la Cruz antes de morir. Las siete palabras de Cristo en la cruz fueron recopiladas y analizadas en detalle por vez primera por el monje cisterciense Arnaud de Bonneval (+1156) en el siglo XII. A partir de ese momento las consideraciones teológicas o piadosas de esas palabras se multiplican. Pero fue San Roberto Berlarmino (Doctor de la Iglesia, 1542-1621) quién más impulsó su difusión y práctica al escribir el tratado Sobre las siete palabras pronunciadas por Cristo en la cruz.
1.- Padre perdónalos porque no saben lo que hacen. Lucas 23, 34
2.- En verdad te digo: hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso. Lucas 23, 39-43
3.- ¡Mujer, he ahí a tu Hijo! ¡He ahí a tu madre!. Juan 19, 25-27
4.- Elí, Elí, ¿lama sabactani?....Dios mío, Dios, mío, ¿por qué me has abandonado?. Mateo 27, 45-47 y Marcos 15, 33-35
5.- ¡Tengo sed!. Juan 19, 28-29
6.- Todo está consumado. Juan 19, 30
7.- ¡Padre, en tus manos entrego mi Espíritu!. Lucas 23, 46
DESCENDIMIENTO
En el Altar Mayor de la Iglesia de San Juan Bautista, sobre la mesa desnuda, queda fijado el Cristo del Salvador, imagen de tamaño natural y articulada, tallada en madera de pino, con una altura de 1’65 m, con un coste de 8000 pesetas (48 euros), sufragada por el matrimonio Salvador Mestre Prats-Sacramento Vilar Arenes y realizada por el escultor Don José Martínez Solaz con la característica de ser una imagen articulada en los hombros para desclavarle las manos y bajar los brazos. A los pies del altar se sitúa Nuestra Señora de la Soledad (imagen de Alfonso Gabino realizada en 1943), presenciando la escena, acompañando a su Hijo en el momento de su muerte.
Acompañados de un silencio penetrante, sobrecogedor, capaz de transmitir y hablar, con la Iglesia llena de fieles, los miembros de la Hermandad Virgen de la Soledad y Jesús del Gran Poder, representando a José de Arimatea, Nicodemo, la Virgen y San Juan. Tras la muerte de Jesús, José de Arimatea, hombre rico e ilustre, seguidor clandestino de Jesús, miembro del tribunal supremo de los judíos y decurión del Imperio Romano; pidió a Pilato el Cuerpo de Jesús para poder enterrarlo en un sepelio de su propiedad.
Una vez obtenido el permiso, José de Arimatea acordó con Nicodemo, un rico fariseo, maestro en Israel y miembro del Sanedrín; ir al Gólgota a bajar a Jesús de la Cruz. Allí se encontraban Juan Evangelista, el discípulo más amado por Jesús, la Virgen María, María Magdalena y María de Cleofás que contemplaban el cuerpo muerto de Nuestro Señor Jesús. Nicodemo, Juan y José de Arimatea colocaron una escalera detrás de la Cruz. Subieron con unos lienzos y ataron el Cuerpo de Jesús por debajo de los brazos y de las rodillas al tronco de la Cruz. Entonces, fueron arrancando los clavos, martilleándolos por detrás. Los clavos salieron fácilmente debido a las grandes heridas que le habían provocado a Jesús. Una vez retirado el clavo izquierdo dejaron descender ese brazo suavemente sobre el cuerpo. Apoyado el brazo izquierdo, realizaron la misma operación con el brazo derecho de Jesús.
Una vez liberados los brazos, Nicodemo, Juan y José de Arimatea llevaron la escalera a la parte delante de la Cruz, la apoyaron casi recta y muy próxima a Jesús. Desataron el lienzo de la parte superior y lo colgaron a uno de los ganchos que habían colocado previamente en la escalera. Una vez sujeto el primer lienzo, repitieron el proceso con los demás. Poco a poco fueron descendiendo el Cuerpo por la escalera hasta que estuvo al alcance de sus brazos.
Habiendo descendido del todo el Santo Cuerpo, lo envolvieron desde las rodillas hasta la cintura y lo pusieron en los brazos de su Madre, llena de dolor y de amor.
Los hermanos de la Soledad imitando a aquellos buenos hombres, vestidos con la túnica blanca propia de la Cofradía, ayudados de dos escaleras y un sudario, con la solemnidad requerida por el momento, bajan de la Cruz la imagen de Jesús crucificado, pausando los movimientos, tras los conmovedores golpes sobre el madero para quitar los clavos de la mano y pies de la imagen del Redentor, lo que acrecientan, aún mas si cabe, el dramatismo del momento. Una vez desclavado, el silencio es total y absoluto; la tarde está declinando, se coloca a los pies del Altar Mayor la imagen del Salvador y los fieles acuden a besar los pies del Cristo. Mientras, la Cruz se ha quedado desnuda con la única compañía del sudario y ya se empieza a escuchar los sones desgarradores de los tambores de las Hermandades que anuncian la inminente salida de la Solemne Procesión del Santo Entierro.
Texto: Francisco Gimeno Miñana
Fotografías: Archivo F.G.M
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